
En su anhelo por no dejar paisaje sin consuelo recurrió también a las filosofías orientales, entre ellas el Budismo. Hoy en día, es fácil reconocer enormes similitudes entre la TREC y el Budismo. Poco antes de su fallecimiento en 2007 Ellis estuvo trabajando con su viuda, la Dra. Debbie Joffe Ellis, en un libro que no llegó a publicarse y ambos dieron conferencias sobre el tema. Ellis pretendía que su terapia ayudara a las personas a sufrir menos y disfrutar más de la vida, y admiraba la premisa budista según la cual podemos reducir el sufrimiento aprendiendo a usar mejor nuestras capacidades mentales, escogiendo de forma saludable aquello a lo que dirigir nuestra atención.
La trilogía formada por la Psicología, la Filosofía y el Budismo no siempre resulta comprensible en esta época nuestra, en la que se impone el lenguaje ferozmente lacónico como fórmula rápida y eficiente de comunicación. Ellis pasaba horas charlando con sus pacientes, ayudándoles a detectar su manera destructiva de pensar, enseñándoles a modificar esos patrones, reflexionando con ellos, insistiendo, ejemplificando por todos los medios que se le ocurrían aquellas ideas que quería sembrar en las mentes angustiadas hasta conseguir que germinaran y florecieran nuevas filosofías de vida. Una de sus estrategias era el uso de metáforas, fábulas, cuentos, procedentes del Budismo. Os reproduzco a continuación uno de ellos llamado La campanilla de plata, un delicioso relato Zen cuya enseñanza resulta extraordinariamente simple: “no te olvides de ser feliz”. ¿Te estás preguntando qué te ocurre? ¿Cómo solucionarlo? ¿Qué hacer con tu vida? Mira, simplemente mira, el ciprés en el jardín. Tu tristeza, tu amargura, tu miedo, tu inseguridad… sea lo que sea lo que sientas, mira tu ciprés en el jardín. El Zen, la psicoterapia, la vida… consisten en el aquí y el ahora. Si miras tu ciprés en el jardín oirás sonar tu campanilla de plata y recordarás ser feliz.
La campanilla de plata
En aquel tiempo vivía en el campo, en los alrededores de Edo (hoy Tokio), un viejo monje de una gran sabiduría. Era conocido hasta las más lejanas provincias del imperio del Sol Naciente por su gran piedad y su constante buen humor. Toshibu sonreía a todos y a todo. Aceptaba las vicisitudes de la existencia con una perfecta ecuanimidad. Un día uno de sus discípulos más ansiosos se atrevió a preguntarle:
- Maestro, ¿qué es lo que hace que tengáis el corazón tan alegre, que nada parece afectaros, ni el frío, ni la sed, ni el hambre, y ni siquiera la maldad de los hombres?
- Voy a confiarte mi secreto –dijo Toshibu-. Cada vez que suena la campanilla de plata que ves suspendida en mi puerta, tengo que contenerme para no ponerme a bailar, de tan vivo como es mi placer y grande mi alegría…
Ahora bien, este discípulo, a pesar de sus demostraciones de piedad, tenía mal corazón. Era envidioso y estaba celoso de la felicidad de los demás. Decidió robar la campanilla de plata para conocer a su vez la alegría perpetua. Una noche se apoderó de la campana del maestro Toshibu, la escondió bajo su manto y corrió hasta su casa. Al día siguiente la suspendió en la puerta de entrada y se dispuso a gozar de una felicidad inefable. Esperó. En vano. La campanilla tintineaba diez veces al día bajo el efecto del viento o cuando un visitante penetraba la casa. NADA. No ocurría nada, y el discípulo no sentía ninguna alegría. Ese tintineo del que estaba pendiente incesantemente acabó incluso por crisparle. Creía oírlo de noche. Le hizo perder el gusto por la comida y la bebida, se volvía irritable. Hasta el punto de que decidió arrojarse a los pies de su maestro, implorar su perdón y devolverle la campanilla de plata.
Una mañana llevó la campanilla a Toshibu y se deshizo en lágrimas de arrepentimiento. El maestro volvió a colocar tranquilamente la campanilla encima de la puerta de entrada y le concedió el perdón. Cuando el discípulo estuvo seguro de haber obtenido de nuevo el favor de su maestro, le preguntó:
- Maestro, quisiera comprender por qué esta campanilla, que os procura tal felicidad que tenéis que contener las ganas de bailar y que nada altera vuestra alegría, fue para mí una fuente de pesares.
- El ciprés en el jardín –dijo Toshibu.
Aludía así a la célebre anécdota que conocen todos los discípulos del Zen.
- ¿Qué es el Zen? – preguntó el discípulo.
- El ciprés en el jardín – respondió el maestro.
El Zen, en efecto, es el “ciprés en el jardín”, y también el “bastón” del mendigo, es la “escudilla” y el “bol de arroz”, o la campanilla de plata. El Zen es todo esto, y no es esto. Está aquí y allá, y no está aquí ni allá. El Zen es una evidencia completamente simple, inmediata, y es un misterio impenetrable.
La campana del templo se ha callado.
Al anochecer, el perfume de las flores prolonga su tañido.
Matsuo Bashô (1644-1694)
Los maestros Zen, a lo largo de los siglos no han enseñado quizá más que una cosa:
¡NO OLVIDÉIS SER FELICES!