
No es que tengas demasiada afición por los juegos de azar, pero comprarás un décimo. Al fin y al cabo, Navidad es sólo una vez al año y cada año juegas un numerito porque lo consideras ya una tradición. Menos mal que te has acordado. Mira que si este año toca en el barrio y tú no tienes… ¡te da un pasmo! El día del sorteo te gusta poner la radio y escuchar a los niños cantando los números premiados. Después, durante el telediario disfrutas viendo la explosión de alegría de los afortunados que saltan y brindan por su buena fortuna. Cuando el premio está muy repartido todavía te alegras más, porque son muchas las personas a las que seguramente les sacará de un apuro. Esas imágenes te conmueven, ¡se les ve tan felices! “La lotería de Navidad siempre tiene un componente de emoción… ¡a ver si este año hay suerte!”, -te dices mientras vas camino de la administración.
Cuando llegas allí te encuentras con la sorpresa de que sólo quedan dos números a la venta. Uno es el 19567 y el otro el 00004. ¿Por cuál te decides? No lo dudas y compras el 19567. Y para corroborar tu decisión expresas en voz alta tus argumentos charlando con Juan, el lotero. “Está claro que el 4 no va a salir. ¿Cómo va a salir un número tan “feo”? Precisamente por eso sigue a la venta, porque nadie quiere un número como ese. Además, el otro es “bonito”. Menos mal que he venido ahora, si no igual ya no te queda más que el 4 y la verdad… no sé si me gastaría el dinero en un número que no va a salir”. Compras tu décimo con el convencimiento de haber adoptado la decisión correcta y vuelves a casa.
Al poco rato llega tu pareja y le explicas la historia poniendo el décimo ante sus ojos. Tu pareja mira el número fijamente y el asombro se refleja en su cara. Te das cuenta de que algo pasa y le preguntas si hay algún problema con el número, temiendo haberte equivocado. “¿Pero no ves que es la fecha de mi nacimiento?” te dice con los ojos muy abiertos. Miras de nuevo el número y lo traduces en voz alta: “19 del 5 del 67, tu cumple!!!”. Le das un beso al número y a tu pareja.
Estás radiante. No puedes creer la suerte que has tenido, ¡y en el último momento!. Pero enseguida te das cuenta de que la suerte no es tanta. Ese número es “tu número”, y sólo quedaba un décimo, y si te hubieras acordado una semana antes habrías podido comprar al menos dos, porque está claro que esto es una “señal” y que ese número te estaba esperando. Bueno, da igual. Como mínimo tienes este. Y como va a ser premiado con el gordo ya estás feliz. Madre mía… qué nervios…
Durante la cena le explicas a tu hijo toda la historia y él arqueando la ceja te suelta: “Que bobería, todo esto que cuentas es completamente irracional, pero si ya sabes que todos los números tienen la misma probabilidad matemática de salir”.
“No seas cenizo”, le contestas con indignación. “Pues claro que lo sé, pero una cosa es la teoría probabilística y otra bien distinta los números que salen cada año en el sorteo. A ver cuantos 4 han salido en toda la historia de la lotería!!!”. Te vas a la cocina refunfuñando por la poca capacidad que tiene tu hijo de emocionarse mientras vas pensando que ahora sí podrás comprarle esa calculadora científica que tanta ilusión le hace. Y sonríes con satisfacción y también con cierta preocupación, porque no sabes a ciencia cierta cuánto dinero te va a sobrar después de amortizar la hipoteca, las tarjetas y el préstamo. “¿Y si no me llega para todo?” te preguntas mientras pones el despertador para levantarte a tiempo de escuchar el sorteo desde el inicio.
... ¿Emoción o razón?
Esta historia está dedicada a todos los que vinisteis a la tertulia y también a los que no pudisteis venir. Os la ofrezco a modo de ejemplo de pequeñas acciones cotidianas que tomamos impulsados por las emociones. La parte teórica sobre la temática de la tertulia la encontraréis en el artículo Emoción vs. Razón: la batalla cotidiana. Gracias a todos por vuestra asistencia y participación. Y un saludo a todos los lectores.